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Reflexión sobre la evaluación

En las siguientes líneas se presenta una reflexión sobre los cambios que se han producido en mi concepción de la evaluación, partiendo desde mi experiencia formativa anterior hasta ahora, que estoy cursando el máster de FPELE.

 

Para empezar, me gustaría hablar de mi formación en cuanto a la evaluación. Es importante decir que, como se comenta en la primera entrada del portafolio, me gradué en Traducción e interpretación, por lo que no tengo ningún tipo de formación que se relacione de ninguna forma a la práctica docente. Por eso, tampoco había estudiado o leído nada que tuviera relación con la evaluación en general. Aun así, fue poco antes de empezar el máster que empecé a darme cuenta de la dificultad y las implicaciones que tenían en el aprendizaje, ya que estuve durante una temporada en una academia de profesora en la academia de inglés. Aunque durante esa temporada no tuve que pensar demasiado en lo que es la elaboración de pruebas de evaluación porque ya venía todo dado y de una forma muy pautada, sin lugar a la libre elección (tanto cómo debían realizarse las sesiones como las pruebas), sí que empecé a darme cuenta en pequeñas cosas de su importancia. Por ejemplo, a la hora de corregir las tareas y devolverlas, me daba cuenta de que, si no las corregía rápido y las comentábamos inmediatamente en la siguiente clase, los alumnos se olvidaban rápido de cómo lo habían hecho y ya no mostraban interés en retomar el tema. Por lo tanto, no podían aprender de sus errores de forma eficaz y yo fallaba en mi tarea de facilitar el aprendizaje.

 

Cabe decir que desde siempre he concebido la evaluación desde un enfoque tradicional, tal y como se comenta en el artículo La evaluación auténtica en la educación afectiva de lenguas extranjeras de Kohonen en Arnold (2000), ya que el tipo de evaluación que siempre he experimentado es la normalizada. En este artículo se presentan dos tipos de evaluación que son representativas de dos extremos opuestos pero que no se excluyen entre sí. Nos encontramos la evaluación normalizada que, desde un enfoque más tradicional, está más orientada al producto final y no al proceso de aprendizaje, en contraposición con la evaluación auténtica, donde toma más importancia la introspección de cada alumno y el proceso de aprendizaje.

 

Así pues, las consecuencias de la evaluación normalizada que yo he vivido se resumen en que no estudiaba lo que más podía interesarme para mi aprendizaje personal, sino que estudiaba unos contenidos para aprobar una prueba (el producto final), que posteriormente olvidaba porque en seguida era necesario estudiar otros contenidos para la siguiente. En otras palabras, la importancia recaía en la puntuación que obtenía. En este aspecto puede parecer una crítica, pero también considero este tipo de evaluación beneficiosa en según qué contextos y para según qué fines. La homogeneización de la normalizada puede resultar muy beneficiosa si se aplica en grupos grandes, donde es más difícil un seguimiento individualizado, y si se aplican pruebas eficaces que sigan los principios de utilidad de Bachman y Palmer (1996) en Figueras (2019) —validez del constructo, fiabilidad, autenticidad, interactividad, impacto, practicidad—.

 

Por otro lado, la evaluación auténtica que también se comenta en el mismo artículo se presenta como una nueva perspectiva para mí. Puesto que el foco se encuentra en el proceso de aprendizaje y no en el producto final, el alumno toma un papel más importante en su propio aprendizaje (introspección) y además se tiene en cuenta el aprendizaje individual de cada alumno, no se le trata de manera uniforme.  

 

En general, considero que he adquirido un punto de vista más amplio, donde me he dado cuenta de que le evaluación está presente en todo momento, y empieza ya desde el minuto uno, cuando se empieza a observar a los alumnos. Nunca le había dado tanta importancia a la observación. Y lo cierto es que, si hago memoria y recuerdo el tiempo que estuve en la academia, si prestaba atención a los pequeños alumnos, observaba diariamente a cada uno de ellos y tomaba notas sobre ello, esos datos eran los que más información me proporcionaban sobre su aprendizaje. Considero esencial la observación como fuente de datos sobre la que los docentes debemos de apoyarnos para poder utilizar estrategias de andamiaje efectivas. Por supuesto no solo la observación, sino que la recogida sistemática de datos sobre el aprendizaje de cada alumno serán la principal fuente de información para ello. Así pues, mi punto de vista que se veía limitado por falta de formación y de información, ahora se ha ampliado considerablemente. He comprendido que: la evaluación siempre está presente y que hay de varios tipos para distintos fines —sumativa, formativa y diagnóstica— (Figueras, 2019).

 

Bibliografía

 

Kohonen, V. (2000). La evaluación auténtica en la educación afectiva de lenguas extranjeras. En La dimensión afectiva en el aprendizaje de idiomas (pp. 295-309). Cambridge University Press.

Figueras, N. (2019). Evaluación en el aprendizaje de ELE. Material didáctico del máster de Formación de Profesor de Español como Lengua extranjera. Barcelona: Universitat de Barcelona.

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